de Natalia Esparza-Mendoza
El libro Los niños perdidos: un ensayo en cuarenta preguntas es una obra de la escritora contemporánea mexicana Valeria Luiselli que cuenta sobre la crisis migratoria en los Estados Unidos. Publicado en 2017, el libro es articulado por la experiencia de Luiselli como traductora en casos presentados ante la corte de Nueva York de niños migrantes que buscaban un abogado para no ser deportados. Esta forma de comunicar las inquietantes historias de los niños inmigrantes pone de relieve la crisis humanitaria que enfrentan los niños migrantes no acompañados. Luiselli los lleva de la mano y los ayuda a completar un cuestionario de 40 preguntas que se necesita para solicitar asilo. Utiliza una narrativa personal para ilustrar las experiencias de estos niños y para destacar la necesidad de una respuesta compasiva y justa a su situación. A lo largo de la reviviscencia de sus historias, el libro incluye análisis profundos sobre las políticas migratorias, la falta de empatía en el sistema legal y un retrato humanizado de una crisis global. Este ensayo diseccionará la forma en que se comunican estas críticas mediante diferentes tipos de dualidades y dicotomías que están presentes en la novela.
Luiselli explora varias de estas críticas y realidades injustas a través de la comparación activa entre las diferentes realidades del proceso legal para inmigrantes en los Estados Unidos. A través de relatos desgarradores, el lector se va informando de todo lo que tienen que pasar estos niños para sobrevivir y alcanzar un asilo que no es garantizado, en un país que no les da la bienvenida. La autora divide estos tipos de dicotomías en sus propias categorías: dualidad de perspectivas, condiciones desesperantes y en la identidad.
En Los niños perdidos, Luiselli emplea una dualidad de perspectivas para crear una visión multifacética de la crisis de inmigración infantil comparada con el proceso legal que tienen que pasar miles de otros inmigrantes de la “forma correcta”. Una táctica de la autora que fue muy interesante fue la dualidad en la perspectiva de la narradora entre los diferentes cuestionarios. El orden del libro fluye con el orden de las 40 preguntas que se les debe de hacer a todos los niños que llegan indocumentados, de las cuales la autora explica lo difícil y deshumanizante que pueden ser. Al contrario, las preguntas de la aplicación para un Green Card no son nada específicas, acusatorias ni despectivas. En su solicitud como profesional, la autora solo tiene que lidiar con preguntas sobre “libertinaje, comunismo, flaqueza moral”, puras preocupaciones de ideologías pasadas (Luiselli 18). Opuestamente, la autora comunica lo desesperante y vergonzoso que se le hace preguntarles detalles y relatos a los niños, sabiendo que no querrían revivir toda la violencia, el abandono y la desesperación que les tocó sufrir (Luiselli 42). Este llamativo contraste es inexcusable, sabiendo que la demografía a la que les pertenece cada cuestionario varía tanto. Para los que buscan un Green Card, suelen ser adultos educados que tienen alguna situación económica estable; a ellos solo se les pregunta cosas irrelevantes sobre sus vidas personales (Luiselli 32). El formato para los niños es destinado para hasta bebés de tan solo 4 años en el cual se les requiere entender, traducir y luego comunicar sus historias de desplazamiento en términos legales que no tienen por qué conocer (Luiselli 52, 58). Desafortunadamente, aunque el lenguaje del cuestionario sea lo más sencillo posible, el sistema legal no toma en cuenta que varios de estos niños emprendieron el viaje sin saber lo que perseguían o estar cien por ciento conscientes de los peligros que los rodeaban. Todas las condiciones básicas de la forma en la que empieza este proceso migratorio solo terminan aislándolos porque el cuestionario no está diseñado para las habilidades comunicativas de un niño.
De la misma manera, esta dualidad va más allá del hecho de que se presenta como intérprete en un sistema burocrático deshumanizando a la vez de ser escritora y madre empática al contar las historias de los niños. El tipo de dualidad al que me refiero también tiene que ver con cómo compara su propia situación migratoria con la de estos miles de niños. Luiselli describe su situación y la de su marido como la de dos mexicanos profesionales trabajando de forma legal en los Estados Unidos. Acaban de meter su solicitud para una Green Card, lo cual los obliga a permanecer en el país hasta que termine el trámite. Aunque ambas situaciones vienen de México, no se les puede dar las mismas oportunidades a los niños que han tenido que luchar para llegar solos. Por ejemplo, cuando describe la manejada con su familia hacia Arizona, la pareja va recorriendo “en dirección opuesta de la ruta de los niños cuyas historias vamos siguiendo hasta ahora” (Luiselli 25). La autora reconoce el lujo que tienen al poder ir en contra del camino tan peligroso que tuvieron que recorrer aquellas criaturas.
Asimismo, Luiselli cuenta cómo los niños que protagonizan el libro enfrentan una dualidad de luchas en su viaje hacia los Estados Unidos. Uno de los temas más destacados en el texto es la tensión entre la esperanza y la desesperanza que enfrentan. Imagínese ser desterrado de tu país por razones de violencia o amenazas de muerte, tener que arriesgar la vida cruzando varios países a pie o rumbo La Bestia, solo para llegar a tu única esperanza de asilo y tener todas las probabilidades en tu contra (Luiselli 30). El estar atrapado entre el destierro familiar y el rechazo ajeno ha de ser algo horroroso. Y el tener que pasar por algo así solo y comprenderlo antes de cumplir los 10 años daña la percepción de merecer los derechos humanos más sencillos para estos niños. Y si eso no fuera suficiente, entidades de ambos lados de la frontera están cazando a los niños durante de todo el viaje. Sea los pandilleros peligrosos que amenazan muerte o los americanos racistas que se creen vaqueros vigilantes, estos pobres niños enfrentan un nivel incomprensible de desesperación en sus intentos de sobrevivir a la travesía (Luiselli 31). Esto también aplica en el primer mundo en los Estados Unidos (Luiselli 21). Aunque no sea la violencia directa de los vigilantes o de los agentes de ICE, el desprecio que muchos estadounidenses le tienen a los niños inmigrantes, como las viejitas con sus letreros odiosos, crea un tipo de rechazo social que varios inmigrantes de todos tipos de estatus migratorio tienen que sufrir (Luiselli 20). La autora hace un muy buen trabajo de hacer al lector reflejar: ¿Que culpa tienen estos niños de haber nacido en el país “equivocado”, en condiciones de violencia inescapable, o con un color de piel al que se les desconfía aquí?
Este ciclo de tragedias y asilo inalcanzable crea otro tipo de dicotomía que resuena en todos los ejemplos mencionados en el libro: el hecho de ser niño pero tener que sufrir peor que la mayoría de los adultos. Tener los traumas y las cicatrices (tanto físicas como emocionales) de un adulto pero ser un bebé es una de las realidades más fuertes y desagradables de todo estos relatos. Solamente basado en estadísticas, un “80% de las mujeres y niñas que cruzan el territorio mexicano para llegar a la frontera son violadas en el camino” y toman anticonceptivos para prevenir embarazos y enfermedades (Luiselli 27). El concepto de sexo es algo de lo que apenas los adultos son conscientes. El hecho que niñas pequeñas y adolescentes tengan que ser advertidas y se preparen para posiblemente ser violadas es algo sumamente fuerte que representa un trauma serio que las niñas tienen que conocer a esa edad. Otros ejemplos incluyen todas las razones de sus desplazamientos. Normalmente, los niños y sus familias están escapando de algún tipo de violencia local de pandillas, si no es persecución política. El tener que ser testigo o víctima de esos niveles de violencia sería traumático para cualquier adulto, pero el tener que cargar con esa preocupación siendo menor de edad les roba la niñez y la inocencia completamente (Luiselli 63). Estos niños se ven obligados a asumir el papel de un adulto y a tomar decisiones que cambian su vida porque lo que se les exige sus situaciones o con las amenazas que supera su edad. Esto aplica al niño hondureño que temía de las pandillas, al chico al que asesinaron a su mejor amigo en la salida de la escuela y a todos los niños que fueron amenazados con violencia hacia las mujeres de su familia (Luiselli 44, 62). Esto se refleja en el comportamiento de los niños también. En la anécdota de las hermanitas guatemaltecas, se nota que la hermana mayor es muy madura por su porte y su habilidad de comunicar su situación por las dos (Luiselli 51) con solo siete años. Pero en toda su madurez prematura, la pobre también sufre con el lexicón legal que no conoce al tener que hacer la entrevista. Desafortunadamente, sus empujes a una realidad peligrosa se menosprecian y desensibilizan en la forma en la que los abogados migratorios estadounidenses “evalúan” las respuestas a los cuestionarios. Luiselli como intérprete se quedaAsí pues, “las historias de los niños perdidos son la historia de una infancia perdida” (Luiselli 63) y por eso importa mil veces más contar sus verdades.
Más aún, el libro examina la dicotomía entre la identidad legal y la identidad humana. Luiselli hace esto a través de analizar las etiquetas y la sutil diferencia entre el estatus legal y la humanidad que se les enseña a los niños perdidos. La idea de ser etiquetada como “ilegal” o “alien” es despectiva porque no solo te clasifica como extranjero, sino también como algo que vale menos que un ser humano. Este tipo de discriminación se extiende tanto a la narradora y a su esposo con su estatus irresuelto como a los niños protagónicos (Luiselli 17). Desde que son ingresados al proceso migratorio como indocumentados, miles de niños son reducidos a casos y números dentro de un sistema que no reconoce sus historias personales y sus traumas. Y después, esas etiquetas legales se vuelven un argumento suficiente para que la población odiosa te ataque. Las mismas viejitas odiosas no tendrían ni que escribir en sus letreros para la protesta si los niños no fueran catalogados como un problema por de un país y sistema “justo y patriótico” (Luiselli 20).
Aun así, siento que el peor dilema de la dicotomía de identidades es como el sistema legal estadounidense y el estigma que se carga hace que el estatus migratorio y la identidad humana de estos niños sean mutuamente excluyentes. Si estás cruzando el desierto de Sonora o de Chihuahua, tu estatus como inmigrante desesperado en tierras ajenas y aisladas pone una diana invisible en tu cabeza y te conviertes en caza para los que se creen vigilantes, los coyotes o los Zetas (Luiselli 27). Estos pobres niños se convierten de seres inocentes y perdidos a ser objetivos de violencia a la merced de tantos partidos malintencionados. De la misma forma, estos niños han sido tratados como perros rabiosos dentro de los centros de detención. En julio de 2015, a los niños se les trató más como “portadores de enfermedades que como niños” cuando
En conclusión, el uso de la dualidad y la dicotomía tanto estructural como literaria, ayudó a explicar la realidad de los traumas y las tristes realidades que están sufriendo cientos de miles de niños que llegan a la frontera solos. Luiselli convierte el libro en una obra no solo de testimonio sino también de crítica social y reevaluación entregado al lector sobre las difíciles circunstancias que enfrentan estos niños, desde la violencia en sus países de origen, los peligros que enfrentan en Estados Unidos y todo lo que hay entre medias. Es un texto sobre narrativas silenciadas por la abundancia de tragedias que las ahogan pero que aún así valen la pena contar y salvar.