This essay was written after discussions in the class SPAN 20402 “Curso de redacción académica para hablantes nativos” taught by Juliano Saccomani in Winter 2025.
A diferentes niveles de generalidad, Octavio Paz y Nona Fernández, ambos exploran la relación íntima entre la memoria y la manera que formamos y entendemos nuestros autoconceptos. Paz, desarrollando sus pensamientos a nivel social, identifica el origen de la crisis de identidad mexicana en la memoria colectiva que tiene el país de sí mismo como producto de la subyugación española. Fernández, con un enfoque más individual que el de Paz, caracteriza a Andrés, el soldado de la portada de la revista Cauce, como alguien perpetuamente atormentado por el recuerdo de su pasado. Su participación en la dictadura militar de Pinochet limita el desarrollo de su autoconcepto a ser alguien que constantemente siente la necesidad de redimirse a su pasado. Sería natural decir que ambos autores articulan una relación corrosiva y degenerativa entre la memoria y la identidad. Pero ese análisis sería un error. En este ensayo analizaré la relación entre la memoria e identidad personal en las escrituras de Paz y Fernández. Propongo que, aunque ambos exploran la manera que la memoria limita el desarrollo de nuestro autoconcepto, también piensan que la memoria le da estructura a la transformación personal, ya que de ella nace la capacidad para olvidar. De esa manera, ambos piensan que nuestra memoria no simplemente nos condena a perpetuar nuestras deudas históricas, pero que, con el olvido, informa el proceso de transformación de nuestro autoconcepto más allá de las estructuras del pasado.
De acuerdo con Paz, la memoria colectiva que los mexicanos tienen de ellos mismos impide y limita el desarrollo de la identidad del país a lo que se hereda del ser productos de la dominación europea. La deuda histórica más general que se materializa en la sociedad mexicana es el miedo de ser ellos mismos , ya que fundamentalmente se carece una idea de lo que constituye el ser más allá de la dominación y servilismo que ha conocido el mexicano. La moral de siervo colectiva, la psicología servil que existe como un complejo nacional, crea un ámbito de extrañeza y soledad, no solo entre los miembros de la población, pero en el mismo mexicano (29-30). El mexicano no se atreve a “manifestarse tal como [es],” empleando todos los trucos psicológicos necesarios para eludir la mirada ajena y continuamente aislarse de él mismo (30). Los fantasmas y vestigios de la realidad pasada que originaron en el periodo del dominio español no desaparecieron con la independencia nacional. En cambio, la memoria del pasado se infundió en la psicología del mexicano más profundamente, ordenando las relaciones sociales en dos clases: el que impone su voluntad sobre otra gente, el que chinga, y al que se le impone la voluntad de otros, el chingado. De acuerdo con Paz, México, nunca perdonando la traición de la Malinche, es una sociedad de chingados, una sociedad cuya memoria colectiva impide el desarrollo del autoconcepto mexicano más allá de lo que comanda sus deudas históricas. De esta manera, Paz elabora una relación corrosiva y degenerativa entre la memoria e identidad colectiva mexicana.
Fernández analiza la relación entre la memoria y la identidad a un nivel más personal a través de Andrés, el soldado en la portada de la revista Cauce que plaga la memoria de la autora, ya que reaparece constantemente durante casi tres décadas y media de su vida. Como funcionario de los servicios de seguridad durante la dictadura de Pinochet, Andrés participó en la tortura y desaparición de los oponentes del gobierno militar. Agobiado por la memoria de su pasado, treinta años después de su salida del país, se entregó a los tribunales chilenos para dar su testimonio de su participación en las operaciones opresivas del estado. Varios detalles en la lectura nos dan la idea que Fernández entiende la relación entre la memoria y la identidad con bastantes semejanzas con Paz. Por ejemplo, aunque Andrés ya dio su testimonio público y detallado en la revista Cauce, su memoria endeuda y limita el desarrollo de su autoconcepto a lo que hizo hace 33 años, sintiendo que después de todo ese tiempo, todavía tiene que redimirse ante su pasado. La narradora nota que Andrés sigue operando como si estuviese bajo el comando de un superior, respondiendo las preguntas de los periodistas “a su pesar, sin querer hacerlo” (24). Otro detalle importante es que Andrés se entrega a los tribunales nacionales, no solamente de su propia voluntad, pero contra varios intentos de disuadirlo de su presencia en ellos (23). Nadie lo obliga o lo ordena a que honore su pasado, pero la memoria, por el simple hecho de su existencia, ata la manera que construye y entiende su ser a alguien que debe de continuar viviendo contra el peso de su pasado. De esta manera, Fernández también explora la relación corrosiva y degenerativa entre la memoria y la identidad personal.
Aunque los dos autores diagnostican la relación entre la memoria y la identidad personal de maneras similares, limitar nuestra comprensión de la conexión entre la memoria y la identidad como una que degenera e impide el desarrollo del autoconcepto más allá de las estructuras del pasado, es un análisis superficial y limitado. Ernest Renan, un autor francés del siglo XIX, nos puede ayudar entender la relación paradójica entre la memoria e identidad que Paz y Fernández desarrollan. En su ensayo, ¿Qué es una nación?, Renan articula que para construir una identidad nacional es natural pensar que se necesita estudiar la historia de una manera detallada y meticulosa para poder unirnos a una causa que perdura a través del paso del tiempo. Pero, lo que realmente requiere la identidad nacional es el olvido (11, 16). Nuestros valores y objetivos cambian, como los valores de países enteros, y debemos de poder escoger cuales hechos informan la manera que nos entendemos conforme nos vamos desarrollando (Renan 19-20). Pero si solamente nos quedamos atorados perpetuando los hechos y valores del pasado, si nuestra memoria nos esclaviza a nuestros sufrimientos, rencores, y desdichas, no podemos construir “un programa para poner en efecto” hacia nuestro futuro (19). Debemos de operar bajo una paradoja extraña: el enfrentar la memoria puede limitar el desarrollo de nuestra identidad, pero también engendra la capacidad del olvido y, consecuentemente, la transformación del autoconcepto. Nuestro sentido histórico debe de existir en servicio de la vida, del desarrollo y expansión de nuestra vitalidad, y cuando solamente nos momifica y nos entierra en nuestras propias raíces, impide el crecimiento del árbol bello y espléndido que puede nacer si adoptamos una actitud que nos predispone a vivir “ahistoricamente” (Nietzsche).
Paz y Fernández desarrollan la relación paradójica entre la memoria y la identidad más allá de la sugerencia que la relación esencial es corrosiva y degenerativa. Esta relación es más obvia en el caso del protagonista de Fernández. Andrés declara que lo que lo motiva a presentarse ante los tribunales chilenos es la necesidad, el “deber,” de tener que cerrar un capítulo en la historia de su vida (23). La invocación de la imagen de “cerrar un capítulo” representa la doble función, paradójica, de la memoria. Por un lado, la memoria del pasado ha mantenido a Andrés bajo su comando, haciéndolo sentir una tremenda deuda histórica por treinta y tres años. El capítulo perdura y Andrés vuelve a leerlo, una y otra vez, al momento de recordarlo. Pero la única manera de cerrar ese capítulo de su vida, de cortar la cuerda debilitante que lo une al pasado, es enfrentar la memoria, contarla sin adulteración para finalmente desahogarse de su control. Si el hecho histórico se enfrenta con franqueza, se viene a conocer que cualquiera pudo ser Andrés. Que, bajo las circunstancias correctas, cualquiera pudo participar en las atrocidades de la dictadura chilena (Fernández, 19-27). Y al enfrentar la historia de esta manera, con simpatía, pero franqueza, el hecho histórico empieza a ser algo de “una historia antigua,” algo que solamente es un “ejercicio de la memoria” sin atarnos a ella (24). De ahí nace el olvido, el impulso de deber cerrar un capítulo de la vida para poder empezar a escribir el siguiente y sembrar las flores de nuestro futuro.
Paz desarrolla la relación de manera similar. La historia “esclarece el origen de muchos de nuestros fantasmas, pero no los disipa” (30). Tiene la capacidad de condicionar nuestras actitudes generales y las estructuras psicológicas que heredamos de nuestro pasado. Y no es sorpresa que la dominación española condicionó el problema de identidad para el mexicano cinco siglos después. Pero al reconocer la corrosividad y degeneración que engendra nuestra memoria, nuestro sentido histórico, hay que “enfrentarla.” Solo nosotros “podemos contestar a las preguntas que nos hacen la realidad y nuestro propio ser” (30). Al final del capítulo, en un tono optimista que contrasta el tono general de impotencia y desesperanza en su ensayo, Paz expresa que, aunque el mexicano continúa siendo aterrorizado por los fantasmas de su pasado, quiere liberarse de ellos (36). Como diría Fernández, quiere cerrar ese capítulo de su historia nacional, empezar el que sigue, y ser un hombre, un “hijo de la nada” (Paz, 36), que niega su pasado y que intenta “trascender la soledad” (30). La ruptura con el pasado es dolorosa. Involucra enfrentar la herida. El momento de ruptura se manifiesta cuando contamos la historia del origen de la psicología servil que causa la extrañeza del mexicano o de la participación en numerosas atrocidades en el nombre de la dictadura chilena. Pero la memoria no solamente nos ata al pasado. Cuando la estudiamos, la contamos con franqueza, y vivimos en la incomodidad que causa, finalmente podemos olvidar, desarrollar nuestra identidad más allá de lo que heredamos de lo que perdura. De ahí, del olvido, de la transformación hacia la efimeridad, nace la transformación personal.
En este ensayo, analicé la relación entre la memoria y la identidad en las escrituras de Fernández y Paz. Sugerí que un análisis superficial se limita a indicar que la relación tiene un efecto degenerativo y limitante hacia el desarrollo de nuestro autoconcepto. Con la ayuda de Renan, demostré que ambos autores de hecho se suscriben a una relación más complicada y paradójica: el olvido, la capacidad de transformar nuestro ser más allá de lo que dicta nuestro pasado, nace del enfrentamiento con nuestra historia. De esta manera, ambos autores no apoyan la relación simple, pero la compleja que permite el desarrollo del autoconcepto en direcciones novedosas más allá de la memoria y conciencia histórica. En discusiones futuras, se debe de complicar las posiciones de los autores dándole atención a preocupaciones de olvidar mucho y el efecto hacia la manera que se construye la identidad.

Uriel Vargas
Hola, soy Uriel, un estudiante de filosofía y español en la Universidad de Chicago! Soy de el El Paso, TX. Las clases de español en la universidad me permiten preservar el idioma de mi familia y desarrollar mis habilidades para continuar conectándome con la gente de mi cultura. Me encanta el arte, la música, y, mas que nada, reírme con los demás.
Bibliografía
Fernández, Nona. La dimensión desconocida, Literatura Random House, 15-27.
Nietzsche, Friedrich. “On the Uses and Disadvantages of History for Life.” Untimely Meditations, 12.
Paz, Octavio. “Los hijos de la malinche.” El laberinto de la soledad, Libros Tauro, 27-36.
Renan, Ernest. ¿Qué es una nación? Traducido y anotado por Martin Thom, 8-22