Revista Væranda

This essay was written after discussions in the class SPAN 20402 “Curso de redacción académica para hablantes nativos” taught by Dr. Juliano Saccomani in Winter 2025.

En El Laberinto de la Soledad, Octavio Paz examina cómo la identidad mexicana está formada por la historia, normas culturales y una batalla interna por la definición propia. Sin embargo, su investigación revela que esta identidad está interpretada contra mujeres, quienes son vistas como seres meramente simbólicos y no activos. Paz demuestra cómo las mujeres son retratadas como pasivas, traicioneras o puras, pero nunca como humanas completas. Con su representación de mujeres como símbolos, Paz expone que las mujeres no se definen ellas mismas, sino que son definidas por la manera en que ellas contribuyen a la construcción de la identidad masculina. Esta idea refleja mucho lo que Simone de Beauvoir caracteriza como “el otro” en su novela El Segundo Sexo, en donde las mujeres no son vistas como seres independientes. Este ensayo ilustrará que, aunque Paz no describe a las mujeres como “el otro”, su análisis de varias figuras y papeles femeninos indica que la posición de las mujeres en la sociedad mexicana está completamente conectada a la existencia masculina. 

Con su análisis de la Virgen de Guadalupe y La Malinche, Paz da referencia a la dualidad simbólica de la existencia de mujeres en la cultura mexicana. Son protectoras o traidoras, víctimas de violación o santas virginales, y nunca nada intermedio. En relación con este concepto, Simone de Beauvoir explica que “la humanidad es masculina y el hombre define a la mujer no en sí misma sino en relación con él” (de Beauvoir, 5). Esta misma idea se demuestra a través de la forma en que Paz retrata a las mujeres: “A semejanza del hombre de raza o nacionalidad extraña, incita y repele. Es la imagen de la fecundidad, pero asimismo de la muerte. En casi todas las culturas las diosas de la creación son también deidades de destrucción” (Paz, 27). La mujer en la cultura mexicana está formada a través de yuxtaposiciones de la vida y la muerte, la fertilidad y la destrucción; no son seres independientes, sino que son un arquetipo creado por y para el hombre que se contradice. Paz sugiere que a las mujeres no sólo se les imponen arquetipos, sino que también son vistas como conceptos intangibles. Él continúa enfatizando esto cuando dice que “la mujer no es solamente un instrumento de conocimiento, sino el conocimiento mismo. El conocimiento que no poseeremos nunca, la suma de nuestra definitiva ignorancia: el misterio supremo” (Paz, 27). La definición de Paz de las mujeres como el “misterio supremo” destaca la idea de que los hombres se niegan a considerar a las mujeres como seres humanos plenos, mitificándolas como algo incomprensible. El mismo concepto fue ilustrado por de Beauvoir cuando detalló que la construcción del “misterio” femenino es un producto de la masculinidad, una invención para justificar su exclusión intelectual y social (de Beauvoir, 268). Al igual que Paz, Beauvoir demuestra que el mito de la mujer como enigma inaccesible sirve para quitarle su individualidad y convertirla en un objeto, en lugar de un sujeto con agencia propia. Además de esto, Paz no describe a las mujeres como partícipes del conocimiento, sino más bien como objetos de conocimiento: algo que los hombres deben intentar comprender, pero nunca captar. Este posicionamiento elimina a las mujeres de su capacidad de acción: si son “misterios”, no pueden ser actores de la cultura, solo figuras que deben ser definidas por los hombres. Como dice de Beauvoir: “Se considera el Otro fundamentalmente, sin reciprocidad; ella es el Otro absoluto y el hombre es el sujeto” (de Beauvoir, 7). Esta explicación corresponde con la cita de Paz- aunque las mujeres están en el centro de los pensamientos existenciales e intelectuales de los hombres, no son personas únicas y con subjetividad propia. 

En su texto, Paz también ilustra cómo el valor de las mujeres en la sociedad mexicana es casi completamente determinado por su estado sexual: pura o deshonrada, dispuesta o violada. Al describir a las mujeres como recipientes pasivas de las acciones masculinas, Paz estresa las maneras en que la identidad mexicana depende del control de la sexualidad femenina. Al explicar el uso cultural de ciertas malas palabras, Paz menciona que “para el español, la deshonra consiste en ser hijo de una mujer que voluntariamente se entrega, una prostituta; para el mexicano, en ser fruto de una violación” (Paz, 33). Aquí, la maternidad—normalmente identificada con la vida, el cuidado y la crianza— es degradada como algo que se reproduce fuera de las expectativas culturales. Esto expone cómo la reproducción no le da a las mujeres autonomía o respeto, sino que es otro modo del juicio y el control masculino. Él continúa este punto cuando menciona que “en efecto, toda mujer, aun la que se da voluntariamente, es desgarrada, chingada por el hombre” (Paz, 33) y “por contraposición a Guadalupe, que es la Madre virgen, la Chingada es la Madre violada” (Paz 35). Estas citas confirman que la mujer siempre es “el otro” y es percibida por su sexualidad; incluso si consiente en tener relaciones sexuales, sigue siendo “violada”. La Virgen de Guadalupe, como madre, sólo es respetada porque sigue “intacta”: su santidad se preserva a través de la virginidad. Mientras que otra figura materna, La Chingada, es vilipendiada porque fue violada; su estado de maternidad se degrada, no se glorifica. Estas dos se diferencian no por la capacidad de procrear, sino en la forma en que se relacionan con los hombres: La Chingada es juzgada porque su cuerpo ha sido abierto por los hombres, pero la Virgen es venerada porque ningún hombre la ha tenido. Según esta teoría, la identidad de una mujer se definía por la forma en que los hombres han interactuado con su sexualidad, no por sus propias acciones. Las mujeres están en un estado continuo de victimización, incapaces de escapar de las narrativas que las definen con la sumisión y el sufrimiento. Esto nuevamente resalta la noción de una sociedad en la que el papel biológico de las mujeres como madres sólo es reverenciado cuando se ajusta a las expectativas patriarcales. Aunque sean literalmente dadoras de vida, las mujeres son juzgadas a través de la perspectiva del honor masculino.

Además, Paz caracteriza a La Malinche como la “otra” identidad suprema, ilustrada como una traidora de la nación, el origen de la vergüenza y una fuente de influencia extranjera. Aunque Paz reflexiona sobre su papel en la historia como parte de la herencia cultural de México, la descripción de La Malinche por Paz revela cómo las mujeres han sido otraizadas y culpadas por el sufrimiento masculino y el trauma de la colonización. Al hablar de su papel en la sociedad, Paz afirma que “del mismo modo que el niño no perdona a su madre que lo abandone para ir en busca de su padre, el pueblo mexicano no perdona su traición a La Malinche. Ella encarna lo abierto, lo chingado, frente a nuestros indios, estoicos, impasibles y cerrados” (Paz 35). La interpretación que hace Beauvoir de Eva, que dice: “Ella es el paraíso perdido, el pecado original, la fuente de todo mal” es similar a esta descripción de La Malinche como la causa de la traición nacional. La Malinche es la persona a la que se atribuye la sumisión colonial de México, de la misma manera que Eva es considerada responsable de la caída del hombre en la tradición judeocristiana. La Malinche, aquí, es “el otro”: su papel único es como “la traidora” en vez de una participante activa en la historia. Además de esto, estas citas enfatizan que, aunque las mujeres son negadas de una identidad propia, ellas siguen siendo culpadas por los fracasos y desafíos de los seres humanos. Incluso en lo contemporáneo, La Malinche sigue siendo una figura que forma parte de la exclusión cultural de México. Al describir el ambiente moderno, Paz menciona “malinchista’, recientemente puesto en circulación por los periódicos para denunciar a todos los contagiados por tendencias extranjerizantes” (Paz, 36). Esta frase demuestra que los papeles históricos de mujeres no son solamente recordados, sino también convertidos en el discurso contemporáneo como un instrumento para reforzar la idea de que las mujeres, particularmente La Malinche, siguen siendo marcadores simbólicos del desafío cultural. Aquí, Paz demuestra cómo el lenguaje excluyente, como “malinchista”, sigue definiendo la identidad nacional a través del rechazo de lo femenino. 

A lo largo de El Laberinto de la Soledad, Octavio Paz muestra cómo la identidad mexicana se crea en oposición a lo femenino. Aunque no se las designe explícitamente como “el otro”, sus caracterizaciones demuestran cómo se conceptualiza a las mujeres como víctimas de la identidad masculina. En El Segundo Sexo, Simone de Beauvoir se basa en este fenómeno que muestra cómo las mujeres son excluidas no sólo en la construcción de la identidad cultural, sino que también son utilizadas como instrumentos para mantener el patriarcado. A través de Paz, se puede ver cómo la cultura mexicana ha hecho de la mujer un personaje pasivo en lugar de poder definir su propia identidad a través del lenguaje, la historia y la mitificación de las figuras femeninas.

Devany Vasquez

Devany Vasquez

Hola, mi nombre es Devany Vasquez. Nací en Nashville, TN, pero mis padres son venezolanos y crecieron en Caracas. Soy estudiante de tercer año en la Universidad de Chicago, donde estudio psicología y economía. Siempre he querido mejorar mi español y mi conexión con la cultura venezolana, no solo para mí, sino también para poder compartirlo con mis sobrinas. Por eso, he estado tomando la clase del profesor Juliano Saccomani, lo que me ha ayudado mucho en ese proceso.

Bibliografía:

De Beauvoir, S. (2011). El Segundo Sexo (C. Borde & S. Malovany-Chevallier, Trans.). Libros antiguos. (Trabajo original publicado en 1949)

Paz, Octavio. El Laberinto de la Soledad. Cátedra, 1993.