Revista Væranda

La verdad que no sé cómo calificaría esta pieza de literatura. Cuento no es porque tiene muchos sentimientos y eventos verdaderos para considerarlo ficción. Tampoco es una biografía, porque no es una recolección de solamente mis experiencias, sino también de todas mis amigas, compañeras, y conocidas. Ensayo, quizás, pero ojalá que pueda ser algo más que eso. Lo que sí sé es que intenta explicar la relación compleja y profunda entre una madre y su hija.

Dicen que no hay nada más lindo que el amor de una madre hacia sus hijos, pero ¿qué pasa cuando esa madre solamente sabe amar de una forma traumante?

Erik Erikson y Jean Piaget se ganaron la fama con sus teorías de las etapas del desarrollo. Estas teorías se basan en cómo los humanos interactúan con su ambiente y cómo eso va formando la identidad de uno. Yo estoy acá para generar mi propia teoría de las etapas del desarrollo- cómo las interacciones de una hija con su madre van formando su identidad y la convierte en una mujer que algún día será madre también.

El ciclo empieza cuando una hija nace y convierte a una mujer en madre: “Amor cíclico”. En este momento la madre mira a su nueva criatura y se llena de amor. La sostiene cerca a su pecho tratando de recrear la proximidad que compartieron por nueve meses. Le quiere dar un abrazo fuerte que demuestra su profundo amor hacia ella. En ese abrazo empiezan las ansias- ¿Qué tan fuerte puedo abrazarla sin lastimarla? ¿Cómo puedo cuidar algo tan chiquito? ¿Seré capaz? Empieza a imaginar su vida como madre mientras reflexiona sobre su experiencia siendo hija. El amor que aprendió su madre será transferido en la vida de su nueva hija. Así es como termina el ciclo de la madre y empieza la vida de su niña.

La segunda etapa es: “La diferencia en la crianza”. Esta etapa consiste de los manierismos que las madres empiezan a imponer a sus hijas de una manera sutil. Esto puede empezar antes o después de la “Diferencia en la crianza”, pero el promedio es a los 2 a 3 años. Los niños comienzan a correr por todos lados, hablar más, explorar el mundo a su alrededor o como muchos le dicen “echar mocos.” Ahí es cuando se nota más el tratamiento diferente de las madres entre sus hijos e hijas. Las madres mandan a sus hijos que vayan afuera y que “sean niños” mientras que sus hijas se queden quietas y limpias. Si las niñas no cumplían con eso, y se escapaban afuera para ensuciarse con los demás niños, eran castigadas con el dicho “no es de nena.” Lo mismo aplica para todo: la ropa, los juguetes, las actividades, los deportes, etc. Esta separación de los géneros siembra la semilla del resentimiento en las hijas hacia su madre. Conforme vayan creciendo, progresivamente se darán cuenta de los límites que le han impuesto sus madres y causará una división.

La tercera etapa es de los 5 a 10 años y se llama: “Entre juegos e inseguridades”. Las niñas empiezan la escuela y sus madres son forzadas a dejarlas explorar el mundo solas. Igual, esto no significa que su influencia termine; a veces empeora. Las madres comienzan a controlar y opinar sobre la ropa y las apariencias, causando problemas de imagen e inseguridades. Es la etapa en donde las madres más transmiten sus propias inseguridades, que seguro fueron producto de sus madres hacia ellas. No lo hacen de malas, la costumbre está sembrada en ansias de cómo su hijas comparan a las demás. Se acuerdan de las burlas de sus compañeras a su edad, y tratan de evitar lo mismo en la vida de sus hijas, aunque muchas veces no lo hacen de la forma más sana. Comentan sobre la apariencia de sus hijas: “Estás gorda” o “Estás muy flaca” para ayudarlas a integrarse con el resto de sus compañeras.

Y ahora, la etapa más intensa: “La gran división”. Esta es la etapa que tiene a las madres agarradas de los pelos y a las hijas en histerias. Empieza con la pubertad cuando las hijas ya se convierten en mujercitas y van en búsqueda de su independencia. Obviamente, a ninguna madre le va a gustar esta idea, especialmente cuando sus hijas se lo dejan saber a los gritos, “¡Esta es mi vida! ¡Basta de controlarme!”

Las chicas quieren disfrutar de esta nueva feminidad antes de ser adultas y tener responsabilidades más serias. Buscan salir con sus amigas, descubrir su estilo y explorar todas las maravillas que el mundo tiene para ofrecer. Empiezan a crecer, literal y mentalmente, y forman sus propias identidades. Sus cuerpos comienzan a desarrollarse y atraen atención que nunca habían atraído antes. Su mentalidad de niña se reemplaza con una madurez nueva. Al final, lo que pasa es que se empiezan a desvirar de los aprendizajes de su madres y ahí es cuando comienza la tensión.

Las madres observan este cambio y se ven a sí mismas en sus hijas. Se acuerdan de sus errores a esa edad tan sensible. También, creo que parte de su respuesta a este cambio es ver a sus hijas independizarse y se dan cuenta que no son más nenas y les da miedo. De estos dos sentimientos sale la típica respuesta- los gritos y los castigos. A veces castigan sin pensar, sin hablar con sus hijas para explorar su duelo. Simplemente asumen que lo que está pasando es por las hormonas y quieren poner el ejemplo que la rebeldía no tiene pie debajo de su techo. Esto causa la gran división entre madre e hija.

No ayuda que por esto las hijas se ponen más firmes en su rebeldía o simplemente se rinden. Igualmente, su respuesta termina causando trauma. La rebeldía termina con peleas incontables y resentimiento de parte de la hija. El someterse termina en muchas menos peleas pero el resentimiento es igual. Las madres, en medio de todo esto, siguen pensando que esta etapa va a pasar y siguen firmes en su resolución. Es posible que a los 17 o 18 aflojen un poco, pero el daño de tantos años de peleas, castigos, gritos, e ignorar los problemas actuales de sus hijas ya está hecho y no se podrá cambiar.

En esta etapa es donde más daño se hace, por muchas razones. Las hijas se dan cuenta todos los años que su madres las estuvieron controlando sin razón. Aprenden que su madurez no es suficiente para obtener la libertad que por muchos años buscaban. Se comparan con otras chicas de su edad que pueden usar la ropa que ellas quieren usar, salir con quien les guste, quedarse hasta tarde afuera sin mil llamadas perdidas, y explorar sus gustos sin críticas. Se empiezan a dar cuenta del resentimiento y el dolor de las etapas pasadas y convierten esas emociones en bronca y enojo.

Y para terminar, la etapa final: “La reconciliación”. En mi experiencia, esta etapa empieza alrededor de los 18 o 19, pero para cada hija es diferente. Lo más notable de esta etapa es la comprensión de que tu madre no es solamente una madre, sino mujer y ser humana. Con esto quiero decir, que te das cuenta que tu mamá es una persona que fue formada por sus experiencias (o en otras palabras, alguien que tuvo que pasar por el mismo ciclo). Al final de esta etapa, llegas a la conclusión que tu madre está igualmente traumada y al resultar te traumó a vos por amor de no lastimarte como la lastimaron a ella.

Todo empieza cuando te cansas de pelear. Que llegas al punto de que no das más e intentas entender a tu madre de otra forma. Ahí empieza la empatía y el poder reconocer los “porqués” de los castigos y gritos de tu mamá. Hasta puedes ver que gracias a las reglas estrictas de tu mamá pudiste salir adelante y tener buena disciplina.

También, las hijas comienzan a hablar más con sus madres y escuchar las anécdotas de su infancia y adolescencia. Y a pesar de todo, encuentran que se identifican un montón con sus madres. Se dan cuenta que sus madres han pasado por muchas de las mismas experiencias que ellas- los dolores, la rebeldía, el machismo, etc. Con estos puntos en común, se conectan y se empiezan a perdonar.

Como hijas nos damos cuenta que no hay nadie en este mundo que se parezca más a nosotras que nuestras madres. Primero, literalmente estamos conectadas. Compartimos el 50% de nuestros genes con ellas. Segundo, nos conectamos por género- de mujer a mujer. Ves que tu mamá también ha sufrido la injusticia del patriarcado y ha tenido que soportar comentarios machistas. Que también ha sufrido la pérdida de una amiga o pareja, el caos del primer periodo, y el estrés de cómo definirse como mujer y definir su identidad. Y nos damos cuenta que aunque sea la persona con quien más peleamos, es la persona a la cual más amamos y necesitamos en este mundo, y que todo lo que hizo fue para protegerte y amarte.

Capaz que pienses que la manera que lo hizo estuvo mal, y tenés razón. Pero la parte más importante de esta etapa es la concienciación de que este ciclo ha pasado por miles de generaciones, y ha directamente afectado como tu mamá te ama a vos. Fue traumada por el amor de su mamá, y tu abuela fue traumada por tu bisabuela, y así sucesivamente. Pero, lo más significativo es que trataron de mejorar y darle el amor a su hija que su madre no les dio. Y sí, quizás se erraron gravemente, pero nadie es perfecto e hicieron lo que pudieron con lo que tenían.

Y así es como termina todo. La hija y su madre se arreglan e intentan sanar su relación poquito a poquito. Unos años después, la hija se quedará embarazada y tendrá una hija y el ciclo comenzará de nuevo.

Para concluir mi teoría, quiero explorar holísticamente, empezando con el título. El amor traumante– las dos palabras merecen énfasis- el Amor, Traumante. El amor de una madre para su hija es tan puro. Impulsado por los instintos maternos, la conexión y el amor se profundiza, causando a la madre a hacer lo posible para mantener a su criatura viva y sana. De paso, como lo hemos explorado, estas emociones causan que vayan al extremo y las lastimen. Igual, el trauma no quita todo lo que ha sacrificado por nosotros, los momentos lindos, los consejos, el cuidado constante, los regalos, la ayuda, etc. Pero el amor tampoco cura el trauma de la relación. Entonces que más nos queda por hacer sino titular esta compleja relación: El Amor Traumante de una madre. Las dos palabras se balancean y se cumplen. Las dos palabras crean la oportunidad de crecer y hacerse consciente del ciclo que afecta a cada mujer. Las dos palabras sanan.

Yo escribí este ensayo influenciada por Los abismos escrito por Pilar Quintana.  Yo soy una hija en la etapa de reconciliación y reconozco que cuando tenga mi propia hija seguro la voy a traumarla de una manera u otra. Pero en este ciclo no se puede tener el amor sin el trauma porque sería creerse más que humanos y fuera de la influencia de la naturaleza humana. Yo voy a intentar no repetir los errores de mi madre, pero soy humana y terminaré cometiendo mis propios errores. Tendré que solamente esperar que mi hija algún día tenga la misma realización que tuve yo- que a pesar de todas las equivocaciones de mi madre, lo hizo con el amor más puro que existe en este mundo y la amo y acepto no solamente como madre sino como persona.

This text was written after discussions carried out in the class SPAN 20402 “Curso de Redacción para Hablantes Nativos”

Abbey Figueroa

Abbey Figueroa

Hola, mi nombre es Abbey Figueroa. Soy de Columbus, Ohio pero mi madre es de Argentina y mi padre de Puerto Rico. Espero estudiar Antropología y Estudios Globes con una especialización en español. Algún día quiero trabajar en la ley de inmigración y ser profesora de inglés. En mi tiempo libre, me gusta jugar rugby, leer, y bordar.